Wednesday, April 26, 2006

ABRIL ROJO SANTIAGO RONCAGLIOLO

Las aventuras del fiscal Chacaltana
Discurso de recepción del Premio Alfaguara
Santiago Roncagliolo

A lo largo de mi trabajo creativo, me han obsesionado dos figuras: los psicópatas y los perdedores. Los psicópatas están dispuestos a ignorar cualquier norma de convivencia para satisfacer sus apetitos. Los perdedores, de tanto respetar las normas, no satisfacen ni siquiera sus necesidades emocionales básicas. Esta novela es un enfrentamiento entre ambos.

Mi perdedor se llama Félix Chacaltana Saldívar y ostenta el cargo de fiscal distrital adjunto en la provincia de Huamanga. El fiscal Chacaltana cree en la ley, cree en el orden, cree que todos seremos felices si respetamos los procedimientos estipulados en el código procesal civil, procedimientos que sabe recitar de memoria. Pero en esta novela, se enfrenta a un asesino en serie que considera que el descuartizamiento es un arte y esculpe a sus víctimas con motivos religiosos de la Semana Santa, un criminal no previsto en el ordenamiento jurídico, que hace estallar los estrechos márgenes en que el fiscal trata de encerrar el mundo.

Salman Rushdie dice que uno de los principales retos de un escritor es el retrato del horror, quizá porque queda precisamente más allá de lo que se puede explicar con palabras. Algunos de los novelistas que le han dado forma a este libro son precisamente los maestros de la violencia: Ian McEwan, Coetzee y Roberto Bolaño, incluso Tabucchi, que ha mostrado su lado más gris y cotidiano. Pero el fiscal distrital Félix Chacaltana Saldívar se ha alimentado también de los materiales que los escritores suelen despreciar: las películas como El Silencio de los Inocentes, Seven, incluso las historietas como From Hell de Alan Moore. Me gusta la capacidad de la cultura popular para atrapar a los lectores, y creo que se puede poner perfectamente al servicio de las preguntas más profundas sobre la condición humana.

De hecho, nuestra comprensión de los conflictos más brutales no suele ser más compleja que una historieta, con buenos y malos. Con enternecedora inocencia, siempre consideramos que estamos del lado bueno, que nuestros asesinos son unos héroes y los del otro lado son criminales sanguinarios. A que quien plantee alguna duda al respecto lo confinamos a la orilla opuesta y, por eso, evitamos escucharlo. Nos preguntamos ¿Cómo voy a discutir con alguien que no está de acuerdo conmigo? Y hablamos sólo con los que piensan como nosotros, felicitándonos mutuamente por tener la razón.

En eso, todos nos parecemos un poco al fiscal Chacaltana. Pero en Abril Rojo, el fiscal descubre que la línea que divide a los dos bandos de una guerra, incluso de una guerra contra el terrorismo, es más tenue de lo que creía. Y peor aún, que él mismo no sabe de qué lado está. De alguna manera, su confrontación con el psicópata representa el enfrentamiento entre un país de asesinos y un país que se niega a verlo. Sólo que ambos países son dos caras del mismo, son compañeros de cama involuntarios.

Supongo que el fiscal Chacaltana vive algo similar a lo que vivió su país. Él creció en una sociedad de asesinos, pero nadie se lo dijo. Había terroristas, luego declararon una guerra contra el terrorismo, y llegó un momento en que ambos bandos se volvieron difíciles de distinguir uno del otro. El Perú tardó años, y decenas de miles de cadáveres, en poder mirarse al espejo y empezar a recoger los pedazos de su propio rostro. Este libro es sólo uno más de los que están escribiendo nuestros muertos por la mano de autores como Mario Vargas Llosa, Miguel Gutiérrez, Alonso Cueto, Oscar Colchado, Jorge Benavides, Luis Nieto Degregori, Víctor Andrés Ponce, y muchos otros.

Sin embargo, las preguntas en la base de Abril Rojo no son una exclusividad peruana. En España también, escritores como Javier Cercas o Ignacio Martínez de Pisón siguen ofreciendo nuevas versiones de una guerra que ocurrió hace setenta años, y que se ha tomado todo este tiempo para descubrir que la vida no es en blanco y negro. Es decir, que lo blanco nunca es tan blanco, pero lo negro sí que es tan negro, y peor.

Con diferentes rostros, estas reflexiones se suscitan una y otra vez a lo largo de la historia. Ahora mismo, cuando la guerra contra el terrorismo se ha vuelto global, nos preguntamos cuánto debe matar para que no haya más muertos, cuántas libertades hay que restringir en nombre de la libertad, a cuántos países se puede invadir para que el mundo sea un lugar más seguro.

De eso también habla esta novela. A medida que transcurre su investigación, el fiscal Chacaltana va descubriendo que la guerra deja cicatrices incluso debajo de la piel, y que los muertos que produce siguen habitando el mundo en la memoria, e incluso en el olvido de los vivos. Por eso me alegra que el fiscal Chacaltana esté hoy en España, que recuerda setenta años de una guerra y podría celebrar el aniversario con el fin de otra. Y me alegra que este premio vaya a llevar al fiscal a Colombia, y a Chile, a Argentina, y a muchos lugares que han sufrido ese momento de la historia en que, bajo distintas circunstancias y con muy diversos matices, algunas personas han decidido que la única solución legítima a los problemas políticos es la muerte.

Si algo sabe el fiscal Chacaltana por experiencia propia, es que toda paz implica mirar al horror a la cara y ser capaz de cierto grado de perdón. Pero también sabe que todo perdón entraña una injusticia. Vivir sin sangre implica en cualquier caso convivir con quienes la hayan derramado. Después de lo experimentado en este libro, el fiscal se pregunta qué hay que es peor: si dejar en paz a los asesinos o dejar que sigan asesinando. Pero también sabe que no le toca a él responder a esa pregunta. Las sociedades van dando sus propias respuestas y no se preocupan mucho por su opinión al respecto.

Quizá el fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar sea vagamente conciente de que él mismo está hecho de palabras, y peor aún, de mentiras. Por eso, como toda la literatura, es incapaz de ofrecer respuestas. Pero con suerte, como la buena literatura, pueda señalar algunas preguntas, el tipo de preguntas que se repiten en todos los rincones del tiempo y el espacio, y que dibujan los contornos de lo que llamamos humanidad. Si es capaz de conseguir eso, el fiscal sentirá que su vida ha tenido algún sentido. Y yo sentiré que ha valido la pena pasar con él los meses que hemos compartido en mi escritorio, y el largo viaje que nos espera.